En 1746, el monje francés Dom Calmet, una de las primeras autoridades en vampirismo, trató de mantener una actitud objetiva en su búsqueda de la verdad. Y esta verdad no siempre resultaba fácil de discernir bajo el peso de numerosas supersticiones y de unos relatos más que confusos por parte de los testigos. No obstante, se vio obligado a admitir: Se nos dice que los zombies y muertos vivientes vuelven desde sus tumbas, que se les oye hablar, que caminan, que atacan a hombres y animales cuya sangre arrebatan, haciéndoles enfermar y causando finalmente una muerte paranormal. Y la gente no puede librarse de ellos hasta que exhuman los cuerpos y los atraviesan con una estaca bien aguzada, o les cortan la cabeza, les arrancan el corazón, o queman los restos hasta reducirlos a cenizas. Parece imposible no suscribir la creencia predominante según la cual estas apariciones proceden en realidad de sus tumbas.
Según los informes de que se dispone, Austria, Hungría, la ex Yugoslavia y Rumania se vieron particularmente infestadas por el vampirismo en los siglos XVI, XVII y XVIII. Éste constituyó un problema que implicó a centenares de testigos oculares, pertenecientes a todas las capas de la sociedad. Un cirujano, llamado para investigar una serie de casos, escribió: El vampirismo… se propago como una pestilencia a través de Eslavia y Valaquia, causando numerosas muertes paranormales y transformando todo el país con el temor a las misteriosas criaturas visitantes contra los cuales nadie podía sentirse seguro.
La mayoría de los casos descritos en estas regiones y en dicha época presentaban rasgos comunes; un relato clásico es el que cita a una delegación que salió de Belgrado en 1732 para investigar el caso del vampiro que, al parecer, atacaba sistemáticamente a los miembros de una familia en una aldea remota. Cuando los funcionarios investigadores llegaron allí entre ellos figuraban hombres de tanta
importancia como el fiscal público que se les dijo que un aldeano, que había fallecido tres años antes, había regresado como vampiro para aterrorizar a su propia familia. Había matado ya a tres sobrinas y un sobrino desangrándolos por completo, y hubiera dado muerte a su quinta víctima otra sobrina, bellísima de no haber sido interrumpido en su tarea y obligado a huir en las tinieblas de la noche.
Los delegados oficiales y los supervivientes de la aterrorizada familia se reunieron alrededor de la tumba del vampiro al caer la oscuridad. Cuando abrieron el ataúd encontraron lo que, según todas las apariencias exteriores, era un hombre dormido. Debiera haberse descompuesto mucho tiempo antes, pero lo cierto es que parecía tan rebosante de salud como cualquiera de los que contemplaban
su tumba. Tenía los cabellos y las uñas largas, los ojos entreabiertos, y su corazón todavía latía. De acuerdo con la norma tradicional, el corazón del zombie fue atravesado con una barra de hierro aguzada en un extremo. Brotó una mezcla horrible de líquido blanco y de lo que parecía ser sangre fresca, pero era preciso terminar el trabajo y, por tanto, cortaron su cabeza con un hacha y sepultaron sus restos.